Un pedacito de Cádiz

Playa de la Barrosa

La primera vez que fui a Cádiz era una adolescente. Fuimos a casa de unos familiares en la zona de Cabo Roche, en un extremo de la playa de la Barrosa, entre Chiclana y Conil. Todavía recuerdo los paseos por esa playa, con la marea baja y la arena tan fina. Imposible llegar hasta el final de la playa, kilómetros para caminar. Y recuerdo esperar sentados en la arena hasta que el sol se escondía completamente para ver si era verdad que el último rayo era verde. La temperatura del agua es muy agradable en esa zona, no tan caliente como en el mediterráneo ni tan fría como en el norte de España.

Conil de la Frontera es un pueblo blanco, muy bonito, a la orilla del mar. Tiene muchos restaurantes y terrazas para disfrutar de un buen “pescaito frito” y unas tortillitas de camarones con unas cervezas bien frías. También por la noche está muy animado, especialmente en agosto.

En Conil aprendí a mirar el viento y estar pendiente de las mareas antes de bajar a la playa. Si sopla levante, el aire levanta la arena y estar en playas abiertas es muy incómodo. Es mejor ir a una cala recogida, como por ejemplo la de Fuente del Gallo. Pero en muchas calas, cuando la marea sube, casi no hay arena, por eso hay que vigilar también las mareas para ir a la playa más apropiada.

Merece la pena  acercarse hasta Vejer de la Frontera, en la cima de una colina a pocos kilómetros de Conil, y perderse por sus calles encaladas en blanco. Cádiz capital, la tacita de plata, también merece una visita, con su paseo marítimo que recuerda al malecón de La Habana. Y por supuesto, acercarse al Puerto de Santa María a dar una vuelta por su centro histórico y tomar algo de marisco y pescado en el Romerijo. Una curiosidad de este sitio: puedes entrar en los puestos y comprar “cucuruchos” de papel con lo que más te guste y después comerlo tranquilamente en las terrazas de los bares de la zona, consumiendo la bebida del bar. 

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